Drogas y delincuencia: ningún borracho se come una mierda

No es infrecuente leer en los medios o escuchar en las tertulias que el autor de tal o cual crimen tenía una adicción o estaba bajo los efectos del alcohol y otros estupefacientes en el momento de la comisión del delito.

¿Existe realmente una relación entre estar borracho o el consumo de tóxicos y la delincuencia violenta?  ¿Y cuál es?

Entender el cerebro

No queremos (ni sabríamos) ponernos muy técnicas, pero, para entender esta relación entre el consumo de alcohol u otras drogas y la delincuencia, primero hay que entender algunas cosas sobre el cerebro y, en concreto, de una parte llamada «corteza prefrontal».

Esta área es una de las últimas en desarrollarse por completo (entre los 25 y los 30 años según los últimos estudios https://www.nytimes.com/es/2016/12/29/espanol/tu-eres-adulto-pero-tu-cerebro-no-tanto.html) y tiene unos cometidos muy interesantes que nos sirven para entender muchas cuestiones relacionadas con la delincuencia.

Para empezar, vamos a imaginar la corteza prefrontal como la oficina de una gran empresa que controla una serie de funciones ejecutivas y está dividida en tres departamentos especializados.

Por una parte, tenemos el departamento dorsolateral. Aquí los que trabajan tienen un palo metido por el culo y son como Spock en Star Trek: unos estirados sabelotodo y ultrarracionales que, entre otras funciones ejecutivas, elaboran los planes, priorizan dónde la empresa tiene que poner su atención, toman las decisiones, eliminan las distracciones y seleccionan cuál es la respuesta adecuada ante los estímulos que llegan al buzón de sugerencias de la empresa.

El departamento ventromedial es lo opuesto al anterior y es donde están los que se encargan de que la empresa sea más «humana». La oficina aglutina al típico personal que decora su mesa con fotos familiares y frases inspiradoras. Se encargan de la motivación de los trabajadores y de regular los aspectos afectivos (seguramente, hayan estudiado márquetin, hecho un par de cursillos de coaching y lloren viendo Siempre a tu lado, Hachiko).

Por último, esta empresa cuenta con el departamento orbitofrontal, que es el encargado del código de conducta de la empresa. Sus integrantes son una panda de estirados vestidos con trajes de tweed y faldas por debajo de la rodilla que le dicen a la empresa lo que está bien y lo que está mal, lo que es moralmente aceptable y lo que no. También se encargan de gestionar las acciones impulsivas de los otros departamentos y son los que castigan o premian a los trabajadores.

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Pepito Grillo no sabe beber

Joe Fierro, que cada día de su vida bajaba a abrir su bar de country aunque tuviera fiebre y no hubiese un alma por la calle, respondía siempre así a los que le animaban a delegar en el resto de la plantilla y tomarse un descanso: «Cuando el gato no está en casa, los ratones comen queso».

Pues el gato aquí es el departamento orbitofrontal (ese que dice lo que está bien y lo que no lo está) y a este no se le puede echar de la casa, pero si queremos que los ratones se coman el queso, solo hay que darle un par de copas de vino y cae. No tiene aguante ninguno ni sabe beber y, en función del tamaño y del poder de la empresa, tras más o menos copas, donde había unas normas de conducta rígidas y un saber estar admirable, hay un señor sudoroso subido en una barra cantando a los gritos «Algo se muere en el alma cuando un amigo se va». Donde había una ética incuestionable y un saludar siempre a los vecinos, hay una señora durmiendo a pierna suelta sobre los abrigos y roncando como un mamut congestionado. A tomar por saco todo el buen nombre del departamento.

Pero no nos quedemos con la idea de que beber es perder el control. Hay una frase en este texto que nos va a dar la clave: SI QUEREMOS que los ratones se coman el queso, solo hay que darle un par de copas de vino al gato y cae. Es más, no solo tenemos que querer, es que, además, tiene que haber ratones.

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Refranes de mi madre

El glamuroso título de este artículo no es un clickbait ni una oda a la escatología. Nada de eso. El refranero español guarda pequeñas joyas como esta y la frase «Ningún borracho se come una mierda» es una valiosa herramienta que debemos utilizar cada vez que un medio nos cuente una noticia en la que se dé a entender que alguien ha dañado a otra persona porque estaba ebria o un acusado lo use como excusa (vale también para lo que nos cuenta nuestra pareja).

En ese momento, debemos recordar a la persona más beoda que conozcamos (o a nosotros mismos en un momento dado) y pensar si, por obra y gracia de ese adormecimiento de la corteza orbitofrontal causada por los estupefacientes, habría recogido (o habríamos recogido si estamos pensando en aquel finde brutal que pasamos en no sé dónde) una mierda recién puesta de una acera caliente y se (nos) la hubiera (o hubiéramos) metido en la boca y tragado después.

¡Puaj! ¿Verdad? Pues eso es porque no había ratones que se comieran el queso (o la mierda) ahí dentro. Es decir, que el alcohol y las drogas no te llevan a realizar comportamientos que no estuvieras ya deseando hacer. Un ejemplo menos escatológico sería el de los karaokes. Hay gente que para subirse a un escenario a cantar a Nino Bravo no necesita beber, pero son los menos. Solo hay que asomarse a uno de esos antros de perdición de la dignidad humana para ver que la mayoría de los tertulianos están más beodos que Barney Gumble en cualquier episodio de los Simpson. Inutilizar al departamento orbitofrontal es lo que nos da valor para hacer algo que queremos hacer, pero que no nos atrevemos.

Obviamente, estamos hablando de un consumo puntual, no de una adicción. Las adicciones sí pueden cambiar la química de la oficina y volverla del revés. Pensemos que, siendo la ley penal tan poco dada a la amabilidad y comprensión, estipula una serie de medidas para las personas que cometen ciertos delitos (nada que supere los 5 años) para, por ejemplo, suspender la pena a cambio de rehabilitación.

Entonces, exceptuando a los adictos que cometen delitos derivados de su consumo (robos, contra la salud pública, allanamientos y otros semejantes), si un señor bebe y luego pega a su mujer, no es porque el alcohol lo haya llevado a eso. Es porque el señor en cuestión ya tenía la oficina orientada a la idea de que pegar a su mujer era algo aceptable. En conclusión: el señor es un malnacido y no hay que culpar a las drogas.

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Actio libera in causa

El consumo de tóxicos afecta de distinta manera a cada persona, pero, en general, esa desinhibición que nos hace avergonzarnos a la mañana siguiente viene dada por haber dejado K.O. al departamento orbitofrontal. Nos envalentona, nos hace capaces de enfrentarnos a algo que nos avergüenza, como cantar Material girl mientras bailamos una polka, pedirle una cita a nuestro crush o nos da el valor para hacer algo a lo que no nos atrevemos por temor a las consecuencias, como abrirle la cabeza a alguien con un martillo.

Por eso, muchos agresores u homicidas beben antes de hacer sus cositas: lo hacen para darse valor y para tener una excusa, porque todos hemos oído (ellos también) eso de que la intoxicación puede ser una atenuante o, si es plena, incluso una eximente penal. ¿Entonces qué?, si es una eximente, será porque realmente te puede llevar a matar, ¿no?

Paco: si estás ahora mismo comprando una botella de whisky en el AhorraMás para agarrarte una curda y darle a Matilde lo que crees que se merece, detente; no vas a tener eximente ni atenuante. El principio jurídico Actio libera in causa te va a cortar el rollo, porque si te intoxicas para delinquir, no hay atenuantes que valgan.  Te recomendamos que acabes con la agonía que te corroe buscando tratamiento criminológico (con Maestras del Crimen mismamente) o, si ves que no, tirándote por un puente sin más.

Veamos qué dice el artículo 20.2. del Código Penal sobre quién puede beneficiarse de la eximente completa:

El que al tiempo de cometer la infracción penal se halle en estado de intoxicación plena por el consumo de bebidas alcohólicas, drogas tóxicas, estupefacientes, sustancias psicotrópicas u otras que produzcan efectos análogos, siempre que no haya sido buscado con el propósito de cometerla o no se hubiese previsto o debido prever su comisión, o se halle bajo la influencia de un síndrome de abstinencia, a causa de su dependencia de tales sustancias, que le impida comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa comprensión.

Bien, para ser culpable de algo, la ley de nuestro país establece que debemos tener intactas nuestra voluntad y nuestra inteligencia.

Esto está muy bien y estaría mejor si se aplicara de una forma científica y no clasista, pero ese es tema para otro post. Para la ciencia criminológica, que busca comprender el fenómeno de la delincuencia desde una perspectiva científica, amplia y con fines preventivos, explicativos y para el bien y la paz social, el derecho penal y sobre todo su aplicación tiene tantos agujeros éticos y tiene tanto que ver con creencias culturales y no con verdades científicas que, realmente, no puede tenerse en cuenta a la hora de analizar lo que está bien y lo que no, sino que solo sirve para saber qué es delito aquí y ahora y qué no lo es.

Por lo tanto, fuera de lo que dice la ley, lo que debemos analizar es si el consumo de sustancias puede llevarnos a cometer un crimen brutal o no y, salvo que tengamos una adicción de muchos años que nos haya ocasionado un verdadero deterioro cognitivo y social, el mero colocón no nos lleva a hacer nada que, en el fondo, no quisiéramos hacer.

Si no fuéramos tan androcentristas y nos parásemos a observar lo que nos rodea sin tomar al varón como medida de toda la especie, no habría dudas con esto, ya que si es el alcohol el culpable de las agresiones, ¿por qué después de un concierto de Taylor Swift no hay un montón de chicas golpeando a sus novios? Y en cambio…

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